18 - 24 Octubre

VIERNES 18
Lugares extraños.
Despiertas en Valencia del Rey, Venezuela. Llegaste hace dos días para participar en la FILUC (la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo). A las ocho de la mañana comienza tu seminario sobre las relaciones entre literatura y arte contemporáneo y quieres desayunar temprano. Pero al llegar al hall del hotel te encuentras con una cola que llega casi hasta la puerta. Una convención de Herbalife tiene tomado el Guaparo Inn y no hay manera de entrar al restaurante. Parecen una secta peligrosa, todos con la misma camiseta verde llena de publicidad y con un recipiente en la mano lleno de un mejunje extraño del que no paran de sorber. Dan miedo. Mucho. A lo lejos, D. te hace gestos para que salgas de la cola y te dice que vayas con él y S. a desayunar a un sitio típico cerca del recinto ferial. Allí comes las mejores arepas con carne mechada que has probado en tu vida.

Como no podía ser de otro modo, llegas tarde al seminario. Estás angustiado, pero rápidamente te das cuenta de que llegar a tiempo es algo prácticamente imposible en este país. La cantidad de vehículos por las carreteras hace que sea realmente difícil predecir cuándo puedes llegar a los sitios. En la FILUC te esperan más de treinta personas en la sala y apenas tienes un segundo antes de comenzar. Eso es algo que siempre te ha puesto nervioso, no tener tiempo para preparar las cosas sobre la mesa, para respirar, para hacerte con el lugar. Y aquí, prácticamente sin tiempo para quitarte la chaqueta, te pones a hablar y a presentar el taller. Tardas más de un cuarto de hora en que las palabras se acomoden al entorno y todo comience al fluir. Pero al final sucede. Y todo acaba saliendo incluso mejor de lo que esperabas.

Terminas a la una y de nuevo D. y S. pretenden llevarte a almorzar a un sitio típico. El Centro Vasco de Valencia. Se come de maravilla, dice S., pero nadie lo conoce. Después de negociar un buen rato con el taxista, os adentráis en una barriada periférica con una pinta bastante peligrosa. Medio en serio medio en broma, S. y D. dicen que en el centro al que vais debe de haber varios etarras de los grandes. Tú no llegas a asumirlo. Pero conforme el taxi acercándose al lugar y metiéndose por ciertos lugares incluso a regañadientes, a ti la cosa te va dando cada vez más miedo. Y cuando al fondo logras ver el caserío vasco en medio de todo aquello, con la ikurriña, sientes un gran alivio. Más vale malo conocido.

Después de tanto trasiego, sin embargo, el sitio está cerrado y hoy no cocinan. Así que acabáis comiendo en un sitio más civilizado –hay un cartel para que dejéis las armas de fuego en el exterior– y por la tarde, de nuevo, llegas tarde a la mesa redonda sobre nueva narrativa española. Una vez más, te angustias con la situación. Pero al llegar compruebas que la cosa va despacio y aún no ha llegado el moderador. En la mesa, los cuatro narradores invitados coincidís en que no hay una narrativa puramente española. Y todos más o menos acabáis estando de acuerdo en que hoy las fronteras se han deshecho y habitamos un lugar común, aunque también es cierto que hay ciertos tics, ciertos gestos que sí pertenecen a la tradición y que de modo inconsciente todos tenemos. España, decís, al final es inevitable en vuestra narrativa.

Por la noche, cenáis en un restaurante de toque español. Vino chileno. Embutido. Por un momento parece que estás en casa. Vuelves temprano.


SÁBADO 19
Cultura viva.
Cuatro horas más de taller. Esta vez sí que llegas temprano. La sala vuelve a llenarse. Sientes, mientras hablas, que aquí todo tiene sentido, que lo que dices conecta con el público. Percibes una sed de conocimiento que hace tiempo que no encuentras en España. Eso te llama la atención y te emociona tremendamente. Aquí tienes la sensación de que leer, escribir, pensar, comunicar sirve realmente para algo.

Después del taller vas a casa de M., el coordinador del taller. Te enseña sus cuadros y los de su hija. Su familia te recibe con una gran generosidad. Sientes inmediatamente la calidez venezolana, sin duda, lo mejor del país.

Vuelves a la feria para asistir a la presentación de varios libros y allí te sorprende la tradición. Después de la presentación, bautizan el libro con pétalos de rosa y un gran aplauso. Percibes de nuevo que la literatura es algo que tiene que ver con la vida, mucho más que en España.

Tras la cena en el hotel, te resistes a acostarte. Pero ya es demasiado tarde. Los sitios que quedan abiertos pueden ser peligrosos. Y algunos del grupo deciden ir a una pollera que está cerca del hotel. Allí habláis de literatura y mil cosas más hasta las cinco de la mañana, frente a unas cervezas light que parecen agua y no emborrachan absolutamente nada. Volvéis como un comando por la calle, todos juntos, y seguís la conversación en la terraza del hotel. Te vas a la cama a las seis. Tienes apenas una hora para dormir.

DOMINGO 20
Vida de ron.
A las ocho y media salís para la Hacienda Santa Teresa para ver cómo se hace uno de los rones más famosos del mundo. Es como una excursión. Todos en un autobús, como los niños del colegio. Estas cosas te gustan. Allí, te sorprende la grandiosidad del paisaje. Kilómetros y kilómetros de cañas de azúcar y cultura ronera. Degustáis ron de todos los tipos. Y regresáis a Valencia tremendamente contentos en el autobús. La amistad se va trabando. El ron ayuda un poco.

LUNES 21
Caracas.
Salís temprano para Caracas. Por la tarde tenéis que participar en una mesa redonda y antes en una comida en casa del embajador. Llegáis justo a tiempo y os cambiáis como podéis en el baño del hotel. Es recomendable llevar americana.

La casa del embajador es como la de las películas. Una especie de palacete blanco con un jardín de ensueño a las faldas del Monte Ávila. El protocolo se relaja enseguida y todo acaba siendo bastante cordial. En la comida alguien nombra al Rey y se refiere al busto de bronce que hay en el jardín. “Está muy bien en ese retrato”, dice. Y entonces a ti no se te ocurre otra cosa que añadir: “Además, de ahí no se cae”. En ese instante se produce un silencio incómodo. El embajador hace como que no lo ha oído. Algunos del grupo miran hacia sus platos. Tú no eres consciente de que lo que has dicho. Más tarde os reiréis de la situación.

Por la tarde, en el Centro Cultural Chacao, mesa redonda sobre el ensayo como motor de ideas. Estás tan cansado que dudas de que puedas decir algo en condiciones. Pero por arte de magia, cuando te toca hablar, se te encienden todas las luces y tu intervención acaba siendo más que digna. Se te ocurren, de hecho, algunas cosas que apuntas para reflexionar sobre ellas más adelante.

Después, cenáis en casa de S., una célebre escritora venezolana. Pruebas el pan de jamón. Riquísimo, como todo lo que estás comiendo en este país. Habláis de libros. Gastáis bromas sobre algunas vacas sagradas de la literatura española. E. se siente mal y se tiene que tumbar. Vais cayendo todos poco a poco. El viaje está siendo intenso.

MARTES 22
El soñador.
Por la mañana eres tú el que tienes mal el estómago. Y un viaje en coche por Caracas acaba contigo. El aire acondicionado no funciona y no es muy recomendable abrir la ventanilla. La ciudad es increíble. Ciertos lugares tienen un toque retrofuturista extraño. Las grandes moles de la arquitectura del futuro han sido tomadas por el pueblo. Pasáis junto a la Torre de David, totalmente ocupada. Es el escenario perfecto para una serie. Luego, al volver, la encontrarás en un capítulo de Homeland.

En la hora y media que tienes libre después de comer sales en busca de algo que querías comprar desde el momento en el que entraste en el país: el chándal de Hugo Chávez, el que ahora lleva Nicolás Maduro. El chándal escandaloso amarillo, azul y rojo. El chándal con las estrellas blancas. El chándal que luego te dirán que no es el chándal chavista, sino el chándal del equipo nacional, el chándal olímpico que Chávez se apropió y convirtió en un signo distintivito. Pero no es sólo suyo, es del resto de los venezolanos, como otros muchos símbolos que se ha apropiado el chavismo. Venezuela es lo que es a pesar de lo que tiene encima. Un paraíso terrenal en las manos de unos tiranos que lo están hundiendo en la miseria.

Por la noche, después de la mesa redonda de narrativa y de una agradable velada en el Juan Sebastián Bar, sucede el momento más extraño y novelesco del viaje. Regresáis al hotel en el coche de K. El hotel es de lujo, pero está en una de las zonas peligrosas de la ciudad. K. hace una maniobra extraña y revienta un neumático. No, por favor, piensas. Aquí no, por Dios. Intenta llevarlo así hasta hotel, dices. Pero no hay manera. Hay que parar a cambiar la rueda. En medio de la noche. En la avenida Sabana Grande. Os bajáis todos. Miren bien, vigilen, cuatro ojos con todo, dice K. Todos se quedan paralizados. A P. le entra la risa floja. S. tiene el estómago descompuesto y no ve el momento de llegar al hotel. Su cara es un poema. J.C. está más tranquilo. Y tú intentas ayudar rápidamente. Tienes el miedo en el cuerpo pero quieres salir de la situación. En ese momento llega alguien con muy mala pinta diciendo cosas que no llegas a entender y piensas que es el fin. Tarde o temprano tenía que suceder. Sin embargo, dice que os va ayudar. Y con gran solvencia, cambia la rueda sin necesitar ningún tipo de ayuda.

Al observar vuestro nerviosismo, os dice que estéis tranquilos. No os va a pasar nada con él. Esta es su zona. Estáis seguros. K. le pregunta entonces su nombre. Soñador, responde. Tras la faena, K. le da 100 bolívares y el soñador lo agradece. Levanta el billete y comienza a gritar hacia no se sabe muy bien dónde: “¿Ven? No hace falta robar, no hace falta robar.” Después se va andando por en medio de la avenida. La calle le pertenece. O probablemente le perteneció algún día. Vosotros respiráis ahora. Pero necesitáis comentar la experiencia. Quizá por eso, y porque es la última noche aquí, al llegar al hotel, abrís una botella de ron y os la bebéis a palo seco, brindando por el soñador, por Venezuela, por la literatura, por la amistad, y por este viaje tan maravilloso que difícilmente podréis olvidar.

MIÉRCOLES 23 Y JUEVES 24
El viaje infinito.
Miércoles y jueves ya son el mismo día en tu recuerdo. Un día largo y extraño. Miércoles y jueves son viaje.

En el aeropuerto se percibe la tensión. Te han advertido una y otra vez de los diferentes controles que va a sufrir el equipaje. Te han dicho que van a revisar hasta el último milímetro de las maletas en busca de droga. Con esos nervios, en un momento determinado, E., que al bajar del vehículo había dicho “cuatro ojos con todo ahora, ¿eh?”, te dice: “¿pero tú no llevabas dos maletas?”. Y tú miras y ves que sólo llevas una. Te entra el pánico. Y sin esperar un segundo sales corriendo a buscar tu maleta. Miras por todos los rincones y no la ves por ningún lado. Sales incluso a la calle decidido a perseguir a quien se la hubiera llevado. Angustiado, preguntas a un militar y le dices “señor, me han quitado la maleta, estaba aquí y ya no está”. El militar te mira impasible y te responde: “pues qué mala cosa, ¿no?”. Eres consciente en ese momento de que está todo perdido. Y justo cuando comienzas a hacer recuento de la ropa y las cosas que llevabas en el interior, a lo lejos E. te llama y te dice que no te preocupes, que tu maleta está allí, justo donde estabais, que lo que había ocurrido era que él había tomado por equivocación tu maleta. Al salir a ayudarte en la búsqueda, se la había encontrado allí, en medio de todo, sola, con el ordenador, la cartera y todas las cosas sobre ella, y se había dado cuenta de la confusión. No podías encontrar tu maleta porque la que se había perdido era la maleta de E. Luego os reís un rato con la situación, pero el mal rato ya no te lo quita nadie.

Salvo eso, y el hecho de tener que quitarte incluso los calcetines para pasar a la zona de embargo, el viaje acaba siendo tremendamente tranquilo. Pasas inmigración sin problema. No te llaman más. Y encima logras salida de emergencia y tus piernas no se resienten.

En el avión lees apenas tres páginas y dormitas todo el viaje. Al llegar a Barajas, el móvil se conecta al 3G y sientes que estás en casa. Quedan aún cuatro horas más en el aeropuerto hasta que salga el siguiente vuelo. Tiempo de sobra para comenzar a degustar la experiencia en la distancia y comenzar ya a sentir cierta nostalgia. Al medio día llegas a Alicante y compruebas que han extraviado tu maleta. Ni siquiera te cabreas. Esbozas una sonrisa y piensas que quizá haya decido quedarse un poquito más. Tú habrías hecho lo mismo.



11 - 17 Octubre


VIERNES 11
Los libros de los otros.
Te levantas temprano para escribir, pero no estás lúcido. Rápidamente te das cuenta de que hoy no es día de avanzar, sino más bien de planificar, de repensar, de tomar cierta distancia sobre lo que llevas escrito y ver por dónde seguirás ahora. Sobre la mesa tienes una pila de libros que manejas de vez en cuando para ver cómo los demás encuentran soluciones a problemas que a ti también te surgen. A veces los abres como el mecánico que levanta el capó de un coche, para ver el engranaje: para comprender cómo logra Auster pasar de una historia a otra, cómo mantiene la tensión de la prosa Gonçalo Tavares, cómo trata los tiempos Menéndez Salmón, cómo organiza la novela Patricio Pron…  Los lees con ojos de escritor, para saber cómo los escritores que admiras hacen funcionar una obra. Escribir, piensas, es también leer de ese modo, analizar, desmontar, examinar los libros de los demás. Con esa técnica, incluso te sirven las malas novelas. De hecho, casi más que las buenas, porque muchas veces los libros malos dejan al aire las costuras y se les ve el esqueleto. En ocasiones, la mala narrativa es buena como herramienta de trabajo. Te muestra “cómo no hacer las cosas”.

Cuando comienza a anochecer, sales a correr con J. Es la primera vez que corres con alguien. Y todo es distinto. Aunque apenas puedes hablar, la sensación de ir acompañado, de poder escuchar al otro, o incluso de poder proferir algo con la respiración entrecortada, hace que te olvides de lo que cuesta mover un cuerpo como el tuyo. Un cuerpo grande y pesado que se clava en el suelo a cada salto. No estás hecho para el deporte. Aun así, hoy has batido tu propia marca. Ochocientas cincuenta calorías en una sesión. Luego, el sudor no remite hasta bien entrada la noche. Y casi no puedes dormir de la excitación. Incluso piensas en levantarte a media noche para seguir corriendo.

SÁBADO 12
Más que fútbol.
Por la tarde vas al fútbol con tu hermano J. Quieres a tus hermanos por igual, pero no puedes negar que con J. te une una relación especial. Dormiste a su lado durante bastante tiempo cuando tenías cinco años. Recuerdas aún que, antes de cerrar los ojos, con la luz ya apagada, te preguntaba todas las noches por los campos de Primera y Segunda división. “¿El Logroñés?”: “Las Gaunas”; “¿El Oviedo?”: “Carlos Tartiere”. Y así toda la noche. Siempre, antes de dormir. También te contaba historias de la mili. Y te decía que había sido sólo del Madrid hasta que hizo la mili en Canarias y se dio cuenta de que, en la distancia, su equipo de verdad era el Real Murcia. Y tú entonces también te hiciste del Murcia y has sido socio desde el momento en el que ya no te dejaron entrar gratis al campo por ser un niño. Socio infantil. Viste al Murcia en Primera. También en Segunda. Y en Tercera.

Ir al fútbol para ti ahora es, entre otras cosas, “ir con tu hermano”. Es una manera de encontrarte con él aunque sea una vez cada dos semanas. Antes te llevaba de la mano. Luego creciste un poco y, durante un tiempo, te daba vergüenza que te agarrara, con lo mayor que eras. Ahora, sin embargo, no te importa darle un abrazo y un beso cuando llegas al campo –él siempre está allí antes que tú–, aunque la gente mire extrañada a dos hombres grandes y calvos que se besan con alegría.

Lo que tienes claro es que el fútbol no es sólo fútbol. Para ti está lleno de memorias que ya son inseparables de tu experiencia. Muchas se quedaron en la vieja Condomina –como el último partido al que vino tu padre, la promoción contra el Zaragoza–, otras van creándose cada fin de semana. A veces lo de menos es lo que pasa en el rectángulo de juego. Aunque en ocasiones te haga saltar de emoción o desesperarte.

DOMINGO 13
Preparar lecturas.
Te levantas con un dolor de garganta tremendo. Malestar y fiebre. Te inhabilita para hacer cualquier cosa. Intentas preparar el taller que impartirás esta semana en Venezuela. Te acabas de dar cuenta de que está encima y que no tienes tanto material como creías. Relaciones entre arte y literatura. Buscas todo lo que tienes escrito. Cortas, pegas y montas algo nuevo. No sabes si habrá suficiente. Diez horas de taller es demasiado. Y no sabes aún la dinámica que vas a seguir. Improvisarás, seguro.

Acabas Divorcio en el aire, la última novela de Gonzalo Torné. Reconoces que es un gran libro y que el autor tiene una prosa envidiable. Sin embargo te cuesta muchísimo entrar en el libro. Es un mundo que sientes demasiado ajeno. A veces es posible reconocer la valía de una novela, de una película, de una música… y que sin embargo no te interese o te guste o esté alejada de ti. Leer Divorcio en el aire te ha servido para saber que Torné es bueno, pero que no todo te tiene por qué interesar.

LUNES 14
Nacimiento.
Te llama tu hermano para darte la buena noticia: tu sobrina ha dado a luz. Vuelves a ser tío abuelo. Ya son tres los sobrinos nietos que tienes. I. es tú única sobrina. El resto, siete más, son varones. Con ella también te une algo especial. Era la preferida de tu madre. La única niña de la familia. El año pasado estuviste llorando en su boda desde el principio hasta el final. Te acordaste de tu madre, de lo que a ella le habría ilusionado ver a su nieta casada, y comenzaste a llorar desconsoladamente. Llorabas de nostalgia, pero también de alegría. Era un llanto extraño que no había manera de frenar.

A veces eres duro y no lloras por nada. En la muerte de tu padre, por ejemplo. Te tocó hacer de duro. Apretaste los dientes con fuerza y lograste contener las lágrimas hasta el final. Pero en otras ocasiones no eres tan fuerte. Y el llanto se desencadena, como si algo se te soltase por dentro, como si alguien hubiera abierto la tapa del frasco de las lágrimas.

MARTES 15
Más de la cuenta.
Pasas todo el día acabando de preparar el taller que impartirás en Venezuela. Llevas ya una semana en ello y aún no tienes claro cómo lo vas a plantear. Imprimes material para más de quince horas. Siempre ocurre lo mismo. Al final preparas más de la cuenta. Es como si así te sintieses más seguro. Nada temes más que quedarte sin palabras a mitad de un acto. En ocasiones tienes pesadillas con eso.

Por la tarde haces las maletas para el viaje. Sales mañana temprano y aún no has pensado qué te vas a llevar. Y te ocurre lo mismo que con las conferencias, que acabas llevando más de la cuenta. Llenas la maleta de “porsiacasos”. Parece mentira que aún no hayas aprendido a ir con lo imprescindible.

MIÉRCOLES 16
Largo viaje.
Murcia-Alicante-Madrid-Caracas-Valencia. Más de veinte horas de viaje en total. Extrañamente, el vuelo es productivo y, aparte de escribir algunas cosas, te da tiempo a leer tres libros enteros. El inquilino, de Javier Cercas, 14, de Jean Echenoz, y El discurso sobre la caída de Roma, de Jérôme Ferrari. Tres grandes libros. Tomas notas. Escribirás sobre ellos en el futuro.

Te recibe un atasco monumental –enseguida te darás cuenta de que se trata de una de las características de cualquier desplazamiento en las ciudades venezolanas–, y el viaje de Caracas a Valencia acaba durando más de cinco horas. Cinco horas que se pasan en nada conversando con algunos escritores que habías leído pero que no conocías en persona. Al llegar al hotel te encuentras con S., autor de una de las mejores novelas que has leído este año. También está S. y O., heroicos editores españoles, y otros escritores venezolanos que te tratan con una grandísima generosidad. Entre ellos está D., con el que empatizas rápidamente. Te das cuenta enseguida de que estás ante un sabio, uno de esos que ya no quedan. Alguien que ha leído todo y que sabe de todo. Un descubrimiento absoluto. Nada más que por conocerlo ha merecido la pena el viaje.

JUEVES 17
La próxima vez.
Jet-lag. Cansancio absoluto. Apenas puedes con tu alma. Pero te repones para asistir a la mesa redonda sobre el microrrelato en la Feria del Libro. Hablas sobre cómo empezaste a escribir y lees algunos de tus cuentos. Todo va bien. La experiencia venezolana está siendo maravillosa. Inolvidable. A todos los niveles. Es necesario contarlo todo con detenimiento. Y ahora no tienes tiempo ni espacio. Así que prometes hacerlo la semana próxima, en la siguiente entrada de este Presente continuo. A veces es necesario esperar. 

4 - 10 Octubre


VIERNES 4
Autobiografía y ficción.
En la Biblioteca Eugenio Trías, el antiguo zoológico del Retiro, te hacen una entrevista para un programa de libros. Estás nervioso. Mueves las manos constantemente. No sabes cómo quedará eso en cámara, pero seguramente no bien del todo. Siempre te ocurre igual cuando estás frente a un público o frente a una cámara –siempre que te sientes mirado–: te mueves sin cesar. Te aprieta la ropa, la camisa, los pantalones, los zapatos…, te aprieta incluso la piel. Es como si los ojos de los demás te oprimieran y tuvieras que moverte sin cesar para poder sobrellevarlo.

Quisieras evitarlo, pero no puedes. Nunca. Tampoco después, por la tarde, cuando dialogas con Javier Gutiérrez en la Fnac de Castellana sobre Un buen chico y la relación entre autobiografía y ficción. Habláis acerca de las cosas que acaban en los libros y que parten de la realidad. Habláis de sexo, alcohol, drogas, música, amor y amistad. Y dices que hay novelas donde lo biográfico está tan presente que cuando conoces al autor ya no puedes quitarte su voz de la cabeza. Eso pasa con los libros de Javier, pero pasa también con los tuyos. No sabes escribir si no es desde la experiencia. Aunque luego la modifiques y la enriquezcas. Pero siempre hay algo de la realidad. Al menos eso pasa en lo que escribes. Y por eso a veces es arriesgado. Porque te expones. Casi tanto como en este diario. Casi tanto como al decir que, después, por la noche, también hubo alguna cosa de la que antes habíais hablado. Sexo, alcohol, drogas, música, amor y amistad. Siempre hay algo de eso. De un modo u otro.

SÁBADO 5
Libros.
No has dormido absolutamente nada. Son más de las doce y has quedado con F. para hablar de su tesis y muchas más cosas. Llegas milagrosamente despierto, aunque no estás en tu mejor momento de lucidez. Aun así, sigues la conversación con cierta dignidad. Más tarde, antes de subir al tren, te sumerges en La Central del Reina Sofía y, de nuevo, compras más libros de la cuenta. Más de los que te puedes permitir. Más de los que tu casa está dispuesta a dejar entrar. Allí ya casi no tienes espacio y los libros comienzan a estar por los suelos. A veces te has preguntado hasta qué punto es necesario vivir rodeado de esos artefactos. No tienes tiempo de leer muchos de ellos. Algunos quizá no serán leídos jamás. Pero están ahí, esperando su momento. Esperando que una noche, cuando estés escribiendo algo y los necesites con urgencia, puedan salvarte la vida –la intelectual, se entiende–.
Los libros te envuelven. Estás más seguro flanqueado por ellos. Son como un escudo frente a la ignorancia. Piensas que no podrías vivir en una casa sin libros, que no podrías escribir fuera de esa trinchera de papel en la que se ha convertido la habitación que utilizas como escritorio. Los libros te protegen. Son tu armadura. Y también tu tesoro más preciado.

DOMINGO 6
Rutina.
Dormitas, te despiertas, te levantas, comes, te vuelves a acostar, te levantas de nuevo, intentas escribir, no puedes, intentas leer, no puedes, te acuestas de nuevo. Así todo el día. Piensas en lo que escribirás aquí y recuerdas una entrada del diario de Kafka: “Dormido, despertado, dormido, despertado, qué asco de vida”. Más o menos. Día desperdiciado. Pero tú no dirás “qué asco de vida”, jamás. Todo lo contrario. Poder acurrucarse bajo las sábanas y entregarse a la pereza sin culpabilidad es algo que te permites de vez en cuando. Una pequeña subversión que hace que vivir merezca la pena.

LUNES 7
Escribir para poder escribir.
Te centras en tu novela. La coges con ganas. Estás animado. Escribes casi quince páginas y acabas el día con más de cincuenta. Las ves sobre la mesa y parece que ya tienen cierta entidad. Sin embargo, eres consciente de que nada o muy poco de esas páginas se va a salvar en un futuro. Aún estás intentando coger el tono. Nunca te ha pasado que necesites tanto para encontrar el modo perfecto de contar.

En lugar de frenarte y no escribir nada hasta que tengas claro cómo hacerlo, esta vez has preferido seguir adelante, sabiendo que luego tendrás que volver y que sólo avanzas para conocer más o menos el camino, para saber hasta dónde tienes que llegar. Quizá eso no sea escribir. Quizá sea más bien como tirar piedras a un abismo para saber sus dimensiones antes de bajar por él. Escritura prospectiva, podrías llamarlo. Escribir para poder escribir después. Estás convencido de que esta novela vas a tener que acabarla prospectivamente para saber cómo escribirla después. Vas a tener que escribir trescientas o cuatrocientas páginas sólo para saber qué es lo que quieres escribir. Y luego comenzar de nuevo, desde cero, con la memoria del lugar al que te ha llevado la prospección. Te va a costar. Bastante. Mucho más que la anterior, incluso. De nada sirve haber escrito antes. Eso no te enseña nada. Lo único, quizá, y no es poco importante, es que si lo has hecho una vez, ahora puedes hacerlo de nuevo. Te enseña que la paciencia es importante, que la perseverancia es imprescindible, que el tiempo es necesario, y que todo llega cuando menos te lo esperas.

MARTES 9
Sujeto del supuesto saber.
En despacho de la universidad pareces un médico desde primera hora de la mañana. Uno detrás de otro van entrando los pacientes. Doctorandos, tesinandos, estudiantes que buscan consejo sobre su futuro, alumnos que te preguntan sobre lecturas… Todos creen que sabes más de lo que realmente sabes y que puedes ayudarles. Pero tu conocimiento es limitado. A veces te da miedo la confianza que otros ponen en ti, porque eres consciente de que apenas sabes nada. La gente siempre sabe menos de lo que parece. Eso es un principio que todos deberían manejar. Si supieran que apenas sabes nada… Lo que sí crees que haces bien es gestionar lo poco que sabes. Emplearlo de la mejor manera, darle uso, explotarlo al máximo. Pero ya está. En ocasiones incluso te pasa por la cabeza la idea de que eres un impostor. Es el lugar el que sabe. El lugar que ocupes. Es ahí donde reside el supuesto saber. Quizá el lugar ahora haya cambiado algo. Pero en el fondo tú sabes que sigues sabiendo lo mismo, muy poco, casi nada.


MIÉRCOLES 9
Tragedia.
Llegas a casa y, al poner el telediario, las imágenes del desastre de Lampedusa te golpean la retina. Parece una escena de Homeland. Pero es la realidad. Mucho más cruel y terrible. Doscientos ochenta ataúdes dispuestos en un espacio como si fueran una instalación minimalista. Ordenados ahora para que entren perfectamente en cámara. El orden, el control y las líneas férreas y duras que marcan la escena son precisamente las que han producido la situación. Las fronteras. La Europa que se cierra sobre sí misma. Lampedusa es la vergüenza de Europa. La vergüenza de un mundo que se esfuerza en crear un adentro y un afuera. Es la visibilización de algo que sucede todos los días y que, sin embargo, no queremos ver. Pero ya no es posible mirar para otro lado. Es urgente que pensemos el mundo de una manera diferente.


JUEVES 10
Noticias literarias.
El Nobel de literatura va para la canadiense Alice Munro. Has leído algún relato suyo. Ahora no lo recuerdas demasiado bien. Pero crees que te gustó. Por supuesto, hubieras preferido a otro escritor. Hubieras preferido a Don DeLillo, por ejemplo. A Claudio Magris, por ejemplo. Pero al menos esta vez sabes pronunciar el nombre y puedes decir que la conoces.

En la hora de la siesta te escriben desde Frankfurt para decirte que una editorial brasileña muy potente, Bertrand, ha hecho una buena oferta por Intento de escapada. Entras en la web de la editorial y el catálogo te sorprende un poco. Nora Roberts, Isabel Allende o Christian Jacq. No son los autores más cercanos a tu novela. Pero por alguna razón, en la editorial han creído que el libro puede funcionar en ese contexto. Sonríes y fantaseas pensando en la posibilidad de que, dependiendo de la editorial que traduzca el libro, en cada país la recepción de la novela será completamente diferente. Y que mientras que en un país se leerá como literatura culta en otro te podrían leer como un autor de thriller de entretenimiento. Te hace gracia esa opción. En cualquier caso, acabas la semana feliz. Te quedas con eso. No puedes pedir más.