VIERNES 20
Hablar en público. Madrid te mata.
Conversación en
la Fnac de Castellana sobre Intento de
escapada y la literatura de ideas con Jesús Marchamalo. Algunos amigos
asisten. También otros a los que no conoces –esos son los menos–. Marchamalo
está espléndido. Tú, como siempre que hablas en público, algo titubeante y no
demasiado lúcido –prefieres escribir a hablar, no es ninguna novedad–. Por
momentos te parece que estás en un programa de radio. El tono de la voz de
Marchamalo y sus preguntas te transportan inmediatamente a un estudio con
micrófonos. Al final parece que al público le gusta lo que decís y todos quedan
contentos.
Vuelves a
hacerte la misma pregunta de siempre. Cuando sientes que lo has hecho solo
regular, no sabes si los demás mienten para consolarte y no hacer más daño a tu
retórica pobre o si realmente piensan que has estado bien. Quizá ocurre que ya
no eres capaz de apreciar nada de lo que haces porque todo te parece un
fracaso. Un fracaso sobre lo que imaginas que podrías haber hecho.
Minutos antes
de la charla, M. te hace una entrevista sobre lo que piensas de la literatura
española dentro de treinta años. “¿Qué escritor español ganará el Nobel en
2050?” Isaac Rosa, respondes sin pestañear. Te sale espontáneamente. Luego lo
piensas y quizá sea porque la noche anterior has estado escribiendo hasta la
madrugada sobre su última novela y estás convencido de que, obra tras obra, va
construyendo un edificio narrativo sólido y coherente.
En los últimos
meses, has conocido a escritores que habías leído y cuya obra admirabas. Muchos
de ellos se han convertido en grandes amigos con quienes has compartido ya
momentos inolvidables. Uno de esos sucede esta noche. Estáis en un bar de
Madrid y de repente alguien te pide que te apartes un poco para poder pasar al
interior. Te das la vuelta y es el Príncipe Felipe, que viene con Letizia,
disfrazado de persona normal. Miras lo que estás bebiendo y piensas
inmediatamente que el alcohol que sirven en ese bar es bueno. Después, tus
amigos te corroboran que sí es él, que no es una alucinación. Se monta
enseguida un revuelo y la monarquía centra todas las conversaciones. Tú no te
emocionas demasiado. Lo ves con absoluta normalidad. No eres nada mitómano.
Pero comprendes la excepcionalidad de la situación. Al salir del bar, un amigo
escritor se hace una foto con él. Después, llegan más escritores y la noche se
alarga algo más. Tú, sin embargo, estás demasiado cansado y te vuelves al hotel
con L. antes de lo habitual. La pizza calzone se te cae por el camino. Madrid
te mata.
SÁBADO 21
Madrid te vuelve a matar.
Resaca
monumental. Juras no volver a beber. La cabeza te explota y pasas todo el día
con náuseas. Quieres ver exposiciones pero tu cuerpo te lo prohíbe. Sólo
consigues ver la de Manuel Vilariño en Tabacalera. Espléndida. Conoces su
trabajo. Has escrito uno de los textos del catálogo. Pero aún no habías visto
en directo muchas de sus fotos. Te convences de que es uno de los artistas más
sinceros y potentes de cuantos hay en España. Después, comes con L. y M.V. en
un restaurante marroquí en el que no puedes pedir cerveza. Habláis de arte. Y
tú no puedes evitar que siempre que estás a M.V. aparezca la melancolía. Te
acuerdas de J.L.B. Y sientes que el pensamiento crítico en España sigue
huérfano.
Por la noche, aunque
te habías prometido no beber nada, acabas con una copa en la mano y se te sube el
alcohol enseguida. Llegas a la habitación del hotel en estado lamentable. L.,
que se había quedado dormido sobre la cama a medio cambiarse, te pregunta si
estás bien. Maravillosamente, respondes. Y duermes con las gafas puestas. Madrid
te mata de nuevo.
DOMINGO 22
Regresar.
Con L., cuya
novela esperas ya ansiosamente, has instituido una tradición cada vez que
viajas a Madrid: pasar la resaca del domingo en La Central. Consiste en
desayunar en la librería mientras la cabeza está a punto de explotar y
arrastrarse después entre las estanterías para dejarse poseer por los libros. El
resultado es siempre el mismo: te vuelves cargado de novedades y libros que no
puedes conseguir en Murcia. Como no puede ser de otro modo, aprovechas para ver
cómo está situada tu novela en la librería, dónde la tienen, cuántos ejemplares
quedan…, no lo puedes evitar. Te alegras porque sigue en la mesa de novedades,
con la pegatina de “La Central recomienda”. Le haces una foto y la guardas para
tu archivo de recuerdos de un tiempo que no sabes si se volverá a repetir. El
Príncipe te da igual, pero estas cosas te llenan de ilusión.
Regresas en
tren. Duermes la mayor parte del trayecto. La otra lees y navegas por Internet.
Lees casi entero el libro de microrrelatos de Muñoz Rengel. Algunos son muy
buenos. Sientes un punto de envidia. Algún día debes volver al género. Te
gustaba escribirlos. No se te daba demasiado mal. Probablemente lo retomes.
R. te recoge en
la estación y te lleva a casa. El deseo te posee y apenas aguantas a cruzar la
puerta. La excitación de hoy no es habitual. R. dice que tus besos saben a
metálico. Tú también te notas extraño. Tienes los tobillos hinchados. Te miras
al espejo y no acabas de reconocerte. Quizá tengas que renacer.
LUNES 23
Fluchtversuch.
Te levantas con
dolor de cabeza. Vas al gimnasio pero tienes que volverte enseguida. Estás
mareado, con dolor de estómago y totalmente fuera de juego. Por la tarde tienes
incluso que cortar antes de tiempo tu charla sobre las autobiografías de Félix
de Azúa en Los Molinos del Río. Es el último día de un ciclo que ya dura dos
años. Ahora se hará cargo J. y seguro que lo hace mejor que tú.
La noticia del
día llega a la hora de la siesta. Por alguna razón, las mejores noticias
profesionales siempre te han llegado entre las cuatro y las cinco. Cuando te
llamaron del Clark Institute, cuando te dijeron que tu novela se iba a publicar
en Anagrama, o ahora, cuando te escriben de la editorial para decirte que
tienen una oferta para traducir tu novela al alemán. Todo el malestar se
evapora inmediatamente. Ya no hay dolor de cabeza, ni fiebre, ni extrañas
sensaciones. Todo se transforma en alegría. Entras en la web de la editorial
que quiere traducir la novela. Wagenbach. Una editorial histórica. Ves que han
traducido a Chirbes, Piglia, a Marías y a Marsé. Y que publican a italianos
como Manganelli y otros escritores que admiras. La alegría no puede ser mayor.
Por supuesto, dices que sí, que como sea, que te da igual a lo que ascienda el
anticipo, que lo importante es que se traduzca. Y en menos de media hora todo
se gestiona y recibes un correo de tu editor felicitándote por tu primera
traducción. Fluchtversuch. Suena
bien. Bueno, todo suena bien ahora. Esperas a que llegue R. para darle la
noticia y abrazarla. “Mi Miguel… es un ilusionao”, dice ella recordando la frase
que usaba tu madre cuando le contabas tus cosas. Sonríes con cierta melancolía.
Te gustaría haberle podido contar todo esto. Las cosas suceden siempre
demasiado tarde.
MIÉRCOLES 25
Hablar de literatura.
Por la mañana
quedas con J.M. para hablar de literatura. Sabe muchísimo más que tú y a ti te
encanta aprender. Además, disfrutas enormemente hablando de libros. Hablar de
literatura es muchas veces como hablar de sexo. No es exactamente lo mismo que
escribir o hacer el amor, pero es casi igual de placentero. Decía Roland
Barthes que hablar de sexo es como hacer el amor con las palabras, que el
lenguaje roza el cuerpo y lo penetra como si realmente fuera un elemento
material. Hablar de sexo acrecienta el deseo, decía el escritor francés. Hablar
de literatura, de escritores que te gustan, o de lo que escribes, tiene un
efecto similar. Acrecienta el deseo de leer y escribir. Por eso llegas a casa
pletórico y con ganas de escribir. Abres el ordenador y escribes varias páginas
compulsivamente, sin pensar, como poseído por una magia que no sabes muy bien
de donde viene. Después, lees. No concibes felicidad mayor.
JUEVES 26
El momento de la
lectura.
Asistes de tribunal a una tesina sobre Jacques Derrida.
Mientras lees el trabajo te das cuenta de lo que te falta por saber. Cuando
regresas a casa ves sobre la mesa la pila de libros de Derrida que has tenido
allí mientras leías el trabajo. La mayoría no los has leído. Están allí
esperando que encuentres el momento. Quizá haya llegado su tiempo. Quizá nunca
sea, a fin de cuentas, demasiado tarde para leer.